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Perú posible

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Eduardo es un niño de ocho años, hincha de Lionel Messi, y que, por supuesto, nunca ha visto a su selección, esa que casi siempre pierde en un Mundial.

Hace dos horas está en la desolada Videna con su padre, un obrero que ha sacrificado la jornada laboral de la mañana para llevarlo con la esperanza de que conozca a Guerrero. Anoche se le acabaron los cuentos para dormir y se inventó una historia en la que llegamos a Brasil 2014.Sobre la una de la tarde, el bus con lunas polarizadas de la blanquirroja abandona el Complejo Deportivo de la Federación y un pequeño grupo de hinchas adolescentes, figurettis y hasta un abuelo con un cartel de aliento corren tras él.

Eduardo hace la propio con gran esfuerzo, pero no logra ver nada. Aún así grita los nombres de sus ídolos como si recibiera el saludo de ellos y agita su pequeña bandera peruana.

El equipo de todos atraviesa a gran velocidad la ciudad rumbo al aeropuerto y a su paso comprueba el sentir popular. La mayoría los llama perdedores. Otros no se avergüenzan de demostrar su fe.Algunos como Guerrero responden tras el vidrio con un aplauso para los que todavía creen en ellos, como las hinchas que no dudaron en pagarle 40 soles a un taxista para que persiga al vehículo adonde vaya.

Camino a casa, Eduardo ve sobrevolar un avión y se recuerda siguiendo al bus. Agitando otra vez su bandera grita orgulloso: ¡Arriba Perú!. 

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