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Llorar es de hombres

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Aún Víctor Hugo Carrillo no decretaba el final, pero sobre un costado del campo Renzo Sheput no podía contener el llanto. Las lágrimas seguían su curso, recorrían las mejillas del éxito.

Acabó el cotejo y los abrazos no se hicieron esperar. Gritos de bronca, de tensión. El “Loco” Delgado –a su modo– escondía el rostro para no mostrarse vulnerable. Lloraba como un niño, su equipo era campéon, él también lo era.

Y la debilidad no era solo de los autores, también de los hinchas y, claro, de los de saco y corbata. Felipe Cantuarias, el “cerebro” de todo un proyecto, no pudo evitar contagiarse.

“Dale campeón... dale campeón”, se escuchaba alrededor del campo. Todo ello se trasladó a los camarines y luego al paseo en bus –como el mismísimo Barcelona– por todas las calles de Lima.

Contra la alegría no se puede hacer nada y menos aún si es merecida.

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