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¡Puso un GÜEVO!

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Tiempo atrás parecía que le habían construido una pared en el arco. Nada entraba. Intentaba con la derecha, de cabeza y nada. Hasta uno pensaba que Mauro Guevgeozián tenía sal en la punta de los botines.Sin embargo, las historias de los “9” son así. De penas profundas y alegrías incontrolables. Porque cuando uno cree que el delantero se ha perdido en la depresión, sale de la nada y alborota a un pueblo como ayer a los 73 minutos.“A nadie le gusta ser suplente, quiero jugar todos los partidos”, señala el ariete. La verdad por delante, el deseo de no esconderse, las ganas de gritar que está más vivo que nunca.Ingresó cuando más se le necesitaba y de cabeza marcó el tanto del triunfo. Julio Landauri lo miró y confió en él, quizá cuando muchos allá en las graderías no lo hacían. “Gracias a Landauri, que siempre me ve y me asiste”, explica.LA CELEBRACIÓNLuego fue corriendo entre oriente y sur y se golpeó como un tambor el pecho. Se lo dejó rojo de tanta bronca. “Ese grito fue para mí, fue un desahogo, sin embargo, el gol que más grité fue el del año pasado ante San Martín en la final”.“Este gol es especial porque es en una llave distinta, una instancia decisiva. Estoy contento por eso”, confiesa el “yorugua”, mientras recibe por segunda vez el saludo de sus compañeros.EL PEDIDO DEL “TOPO”“Sanguinetti me pidió que vaya a desordenar a la defensa rival”. Luego Mauro entró y desordenó a todos por la tribuna. Mauro en la tarde de ayer ha sido el hombre más feliz del mundo. Y los hinchas también.

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