Las fotos que llegaron desde Pescara, luego de reunirse con el tal Gianluca Lapadula, muestran a un Ricardo Gareca despeinado, con gafas oscuras, medio torcido, desencajado. Agobiado por la prensa de la localidad italiana era más fácil hacerse el loco que decir la verdad. Y así se fue, sin nada, con las manos vacías, sin promesas.
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Las respuestas del goleador habían derruido al seleccionador, sorprendido por los sueños de opio del jugador. Eso de pretender su convocatoria a la “Forza Azzurri” respaldado, según él, por sus 15 dianas es tan difícil como querer encontrar la bendita aguja en el pajar.
Pero Gareca no perdió tiempo. Buscar variables que le permitan acrecentar el universo de jugadores convocables es una acción natural para quien no se graduó de mago.
Vio una puerta abierta y se metió de cabeza. Lo malo es que Lapadula se salió por la ventana. ¿Pero quién quiere jugar por una selección que no va a un mundial hace más de 30 años? Quizá por ahí esté la verdadera respuesta.
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