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¡Qué locura!

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Las últimas generaciones, quizá, no habían sido protagonistas de un optimismo como el de ahora, ese que llevó a los hinchas desde una semana atrás a pintarse la cara de rojo y blanco, a llevar en el llavero la figurita de Juan Manuel Vargas y de dormir sobre el suelo para adquirir una entrada en el encuentro de ayer.

Y es que hoy nadie podría dudar de que el pueblo peruano se iba a poner de pie. En Plaza San Martín se armó una pantalla gigante, donde la gente llegó desde muy temprano; un escenario similar se vivió a las afueras de la Villa Deportiva Nacional (poblado de clubes de fans, de vendedores de camisetas y demás...).

Lima dejó el grisáceo de su cielo, para teñirse de ciudad que respira fútbol. Los micros, taxis y carros particulares circulaban por nuestras calles con el sonido de la bocina de un “Arriba Perú”.

Incluso, los más fanáticos comenzaron a recolectar diversas estampitas con la figura de Sergio Markarián. Dentro de cualquier aspecto, recuperamos esa mística de ser un país de fútbol en primer, segundo y tercer lugar. No existe nada más. 

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