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Reyna con Maradona

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Con solo verlo correr da ganas de persignarse y gritarle que no pare hasta caer en un ovillo dentro del arco rival, pero todavía está chico, pues, tampoco es momento de presionarlo ni de exigirle que defina con la fiereza de Balotelli.

Es Yordy Reyna, un “potrillo” que comenzó a zafarse de sus miedos y que, poquito a poco, muestra sus progresos, aunque, claro está, tiene ciertas deficiencias para culminar con una pizca de sabiduría lo que genera a 120 kilómetros por hora, dejando como palitroques a sus cancerberos y tirando cintura a lo Travolta.

Alianza Lima registró su séptimo partido sin tragarse el polvo de la derrota. Y eso que hay crisis institucional, bajas, bolsillos apretados, con ripios, pero ojo, se proyecta un grupo comprometido no solo con su entrenador, sino también con la historia de una camiseta que, por esas cosas de la vida, los chicos hoy defienden como sea.

Después de un zurdazo de Jesús Rabanal, a los 9’, que Juan Pretel sacó a mano cambiaba, el morenito Reyna entró a tallar, a los 18’, en un mano a mano que Lee Andonaire, por experiencia, resolvió de carretilla.

Y ese fue el tenor del compromiso: recuperar la pelota, salir con limpieza, con la mirada al frente, pegando el latigazo a la derecha, para la corrida fantasmal de Reyna, para ese coqueteo con las redes, pero... bueno, siempre hay un “pero”. Falló el puntillazo, el toque maestro, el final de la película. Pero ojo, este Alianza no es un cuento. Hay algo. Seis, siete, quizás más chicos con hambre de gloria.

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