José Carlos GilesEditor de Líbero
Si en algún momento de la historia, los Mundiales de la FIFA adoptan un nombre propio, el de México 1986 debería llamarse “Diego Armando Maradona”. El capitán de la selección argentina encontró la cumbre en el camino de un luto eterno.
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Cuatro años antes, la guerra de Las Malvinas había dejado un país derrotado y 904 muertos: 649 argentinos y 255 ingleses. Esa herida aún sangraba aquella tarde del 22 de junio de 1986 en el majestuoso Estadio Azteca.La mitad de los combatientes argentinos en Las Malvinas fueron conscriptos (civiles reclutados) nacidos en 1961 y 1962. Y, en el plantel albiceleste, había cinco jugadores de la “clase 62”: Sergio Batista, Héctor Enrique, Néstor Clausen, Jorge Burruchaga y Carlos Tapia. Estos dos últimos sí realizaron el servicio militar, pero no fueron a la guerra.Esa sensación de querer vengar a sus hermanos se dejó sentir en la cancha del Azteca, rebosante con 114,580 espectadores; y con millones de televisores encendidos para ver a Maradona contra el ejército inglés. En el Perú, que ayudó a Argentina en su guerra, recuerdo que todos queríamos ver a Argentina ganando y clasificando a las semifinales.Con Carlos Bilardo en la dirección técnica, Argentina venía de ser líder del Grupo A tras imponerse a Corea del Sur (3-1), empatar con Italia (1-1) y superar a Bulgaria (2-0). En octavos de final, en un duro partido, eliminó a Uruguay (1-0).Inglaterra, a su vez, terminó segundo en el Grupo F. Perdió en su debut 0-1 ante Portugal, empató 0-0 con Marruecos y goleó 3-0 a Polonia. En octavos de final, el equipo que dirigía Bobby Robson se sacó de encima a Paraguay (3-0).El árbitro tunesino Ali Bin Nasser dirigió el Argentina-Inglaterra, imborrable en la memoria. La cancha del Azteca era “un campo lunar”, malísima, como los potreros de los que siempre habla Maradona.
El partido arrancó al mediodía en México DF, a 2,250 metros de altura. El pitazo inicial paralizó el planeta y de eso hablaremos el martes siguiente.