Piero Portanova -Psicólogo deportivo-
El último examen de Federer es un ejemplo de esa otra cualidad que distingue a los grandes: la capacidad de jugar mejor en los momentos de más tensión. Lo necesitaba y no se le daba, y gestó una historia de semifinalista o finalista, de llantos de impotencia, justamente contra Nadal -todos recordaremos cuando dijo que no podía más-. No pudo porque siempre fue Federer, el siempre temido. Nunca supo qué es venir de abajo.
¿Qué cambió en Australia? Fuera de algunos cambios de estrategia como no entrar a una lucha de pegar y pegar, sino variar golpes y ritmos, creo que venció esa deuda psicológica cambiando el chip de “no puedo” por un “qué más da”. Entendió que no tenía más que demostrar, y aunque quería ese título como nadie, se olvidó por un momento de tantos intentos, dudas, y simplemente soltó el brazo. Necesitaba esa dosis de no importa lo que pase, esa frescura sana, enfocada, para deleitarnos con ese don envidiado que lo hizo leyenda, no hoy, sino ya hace mucho tiempo.
Esa elasticidad del éxito de la que hablaba, porque citando al propio Nadal, “ser exitoso no es simplemente ganar sino todo lo que has peleado”. Es ese mismo enfoque el que ha sacado de feas rachas sin anotar a delanteros como Batistuta en la Fiorentina. No obsesionarse, y entender que para el gol simplemente hay que jugar bien. Federer se puede retirar, no se le puede pedir más, salvo que realmente sea un extraterrestre.