José Carlos GilesEditor de Líbero
En México 1986, el fútbol bonito opacó a la desdicha. Los temores se disiparon al ritmo de goles, jugadores finos, y partidos duros, apasionantes y extraños como el Uruguay-Dinamarca. 1-6, y con baile.
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Uruguay accedió al Mundial azteca con una fama de “equipo violento”. Se había preparado para enfrentar a Alemania (“sabíamos hasta lo que comían”, se decía), pero se olvidaron de estudiar a Dinamarca.
En la primera fecha del Grupo E, los daneses –que debutaban en los Mundiales- habían vencido 1-0 a Escocia y los uruguayos empataron 1-1 con Alemania Federal (gol de Alzamendi).
El 8 de junio, en el Estadio Neza 86 de Nezahualcóyotl, ocurrió la “desgracia” para el pueblo uruguayo y nació, para los hinchas, un nuevo ídolo: Michael Laudrup, “El Rey”. Tenía 21 años y su club era la Juventus de Italia.
Aquel día, mientras Maradona, Sócrates, Platini, Lineker y Scifo encandilaban en otros campos de batalla, el “monstruo” danés se devoró a la garra charrúa.
Atrevidos y guapos, los uruguayos empezaron a jugar a ritmo de final hasta que Elkjaer Larsen se coló en el área y anotó el 1-0 (11’). Miguel Bossio vio la roja por “salvaje” (19’) y la catarata de goles daneses no se detuvo.
Soren Lerby (41’), Laudrup en jugada “maradoniana” (52’), nuevamente la locomotora Larsen (67’ y 80’) y Jesper Olsen (88’) castigaron a un Uruguay que intentó empatar sin argumentos. El penal marcado por Enzo Francescoli (45’) solo dilató el lamento.
La agonía del 1-6 es eterna en el fútbol uruguayo. Culparon al técnico Omar Borras por improvisado (incluso exigieron su exilio); Francescoli calificó el partido como “fracaso”, “desastre” y dijo sentir “una tremenda vergüenza”; y Rubén Paz, otro calidoso, dejó una frase: “A un Mundial no se puede ir con el esquema táctico que fue Uruguay. Lo poco que se trabajó en campo fue en defensa. En materia ofensiva, creo que había material humano para hacerlo, no se entrenó nada. Con otro técnico se hubiera ido más lejos”. Así de doloroso. Así de cruel es -a veces- el fútbol.