Alguna vez al club Alianza Lima llegó un futbolista con imagen de rockero: delgado con el cabello largo rubio y cara de malo…
Sin embargo, pese a ser una incógnita en sus inicios, se ganó el cariño del Comando Sur por su temperamento dentro de la cancha. Me refiero al argentino Marcelo Sozzani, que aterrizó en La Victoria en el verano de 1995.
El zaguero fue presentado a lo grande en un amistoso contra el Green Cross de la segunda división ecuatoriana. Los hinchas asistieron a Matute para ver al sucesor de Pepe Soto, quien se había ido a Cristal. Cuando saltó a la cancha hubo tibios aplausos por su estampa pesada y su nacionalidad. Además, en sus primeras actuaciones mostró escasa técnica y un trato rústico del balón. Llegó recomendado por el DT Iván Brzic, quien lo había dirigido en Blooming de Bolivia, además de jugar una Libertadores con San José de Oruro.
Luego del fracaso íntimo en la Copa del ‘95, volaron cabezas como las de sus compatriotas Loco Enrique y Pedro Monzón, solo se quedó Sozzani. El DT serbio se la jugó por él y lo hizo titular en el torneo local. Con el correr de las fechas, el equipo sacó ventaja: llegó a ponerse nueve puntos arriba y se acabaron los insultos para el argentino.
Pese a los cambios de técnicos: llegó el chileno Estay, después apareció Uribe, el Vikingo siguió como titular. En el año ’96, contrataron a Gilberto Alves, quien le dio mayor confianza. Ese año Sozzani brilló y se fue a jugar por Shoda Xhanti de Grecia. El ‘97 regresó para jugar por Melgar. Luego retornó a Bolivia donde se retiró en Wilstermann.