Fue el resultado menos deseado. Para muchos, una nueva derrota. Para otros, la oportunidad de un nuevo comienzo. La oportunidad, de un cambio. La realidad nos indica que no hubo acuerdo, tampoco un punto medio y mucho menos, un diálogo cara a cara entre los verdaderos protagonistas, pues en ningún momento durante las negociaciones, tanto Ricardo Gareca como Agustín Lozano intercambiaron miradas, puntos de vista y definitivamente, consensos.
Tal como se dispuso, previo al inicio de las negociaciones, los representantes de cada parte serían los encargados de velar por los intereses económicos de sus representados, una vez acordados, se procedía a dialogar con respecto a aspectos netamente deportivos. Existía predisposición por parte del entrenador argentino para extender su vínculo con la “Blanquirroja”, como también, de la Federación Peruana de Fútbol para renovarlo. Sin embargo, de todos los puntos sujetos al debate, el monetario, era innegociable.
Debido a la nueva realidad económica que atraviesa el ente rector del fútbol en el Perú, la propuesta acercada desde La Videna a Gareca, presentaba una reducción salarial del 40% con la relación a su último contrato, el cual sería retribuido en calidad de “premio” por objetivos logrados. Ninguna de las dos partes cedió. Gareca aqueja una carencia en cuanto a las “formas” y el “manejo” de la FPF en la negociación, añadiendo, además, un sentir personal, pues considera que no lo querían más al mando del seleccionado nacional.
Tras una segunda reunión, la cual no generaba mayores esperanzas de cara al último día de negociaciones, Agustín Lozano, con la intención de subsanar dichas trabas y complicaciones, intentó reunirse con Gareca, encontrando una respuesta negativa por parte del entrenador, quien fue tajante en la decisión ya pauteada previo al inicio de las conversaciones. Una vez acordado el aspecto económico, se procedería a reestablecer comunicación con Lozano. Esto no sucedió y la era de Ricardo Gareca como director técnico de la Selección Peruana, llegó a su fin.