La violencia nuevamente ha invadido nuestro ser, nuestro país, nuestro fútbol. Lo que debería de ser una fiesta para disfrutarla con los amigos, con la familia, se ha vuelto campo de batalla. No muy distante de las Trincheras en la Primera Guerra Mundial o lo ocurrido en Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial.
El Perú está de luto. La sonrisa no puede abarcarnos esta vez. Se ha ido nuestro hermano. Alguien que cumplía con su labor: paradójicamente el de cuidarnos.
El comandante de la Policía Nacional del Perú, Edwin Jiménez Navarro, fue una nueva víctima de las barras bravas. De aquellos que dicen ser hinchas. De aquellos que demuestran su amor hacia sus colores agrediendo a otro, hasta incluso arrancar lo más preciado en este mundo.
El pasado 11 de agosto del presente año, Universitario de Deportes y Alianza Lima protagonizaban un nuevo clásico del fútbol peruano. El espectáculo estaba más que garantizado, sin embargo, una fatalidad terminó por acabar con ella.
Según el parte de la PNP, Jiménez Navarro fue empujado por las gradas en la tribuna norte del Estadio Nacional cuando se encontraba realizando labores de prevención. El efectivo de 45 años llevado de emergencia al hospital de la Policía donde lamentablemente - luego de tres semanas de estar internado - perdió la vida.
La esposa de Jiménez Navarro, Jenny Rodríguez Espinosa, denunció negligencia médica y, a la vez, anunció que buscará a los responsables que agredieron a su esposo en el Estadio Nacional.
"Me dieron el certificado de necroscopia y dice que ha sido un edema cerebral pulmonar y se va a seguir las investigaciones porque al parecer es una negligencia médica. La Fiscalía ha ido y ha levantado el acta en el hospital. Se va a seguir las investigaciones que corresponda. Después que pase todo esto, voy a ver la situación. para que no quede impune la muerte de mi esposo. Ni la agresión ni la supuesta negligencia", expresó en una entrevista a RPP.
Jiménez Navarro era jefe de la Unidad Policial Canina y, en los eventos deportivos de alta peligrosidad, se desempeñaba como miembro del Departamento de Control Antidisturbios.
El clásico del 11 de agosto estuvo a cargo de la organización de Universitario de Deportes. El cuadro crema determinó ser local en el Estadio Nacional debido a la cercanía y facilidad para que sus hinchas puedan acudir sin problema algún al principal recinto del país.
Justamente para evitar enfrentamientos entre las barras rivales, la Policía Nacional del Perú - en conjunto con la ONAGI - determinaron que a este tipo de eventos - considerados de extremo cuidado - solo acudan personas que tengan afinidad con el equipo local, es decir y en el caso específico del fatídico clásico, solo hinchas de Universitario de Deportes tenían la posibilidad de acudir.
De por sí, es una radical medida. Dista del tipo de sociedad que somos. Nos engloba y nos pinta de cuerpo entero. ¿Vivimos en las cavernas? La insensibilidad nos invadido. Cada vez somos menos seres humanos.
El criollismo de nuestro balompié nos hace recurrir a que la Policía Nacional del Perú garantice un evento privado cuando deberían de ser las partes interesadas quienes cubran el bienestar del hincha y de los propios miembros de seguridad. Sin embargo, parece que estamos lejos de ese entendimiento.
Es difícil pero no imposible controlar, detectar y prohibir de manera definitiva a aquellos agresores que utilizan a un club y sus colores para dejarse al libre albedrío con sus fechorías. Pasó en Inglaterra, en el primer mundo. Los "Hooligans" eran la peor expresión del país europeo, sin embargo, medidas radicales - no solo de las autoridades u organismos que forman parte del sistema nacional como la de fútbol peruano - terminaron avasallando el problema.
La creación de leyes para penalizar este tipo de delitos será de vital importancia pero también las sanciones y multas para todos los estamentos de la sociedad. ¿Cómo así? En Inglaterra, las autoridades castigaban a las empresas de toda índole que permita que un "Hooligan" haga uso de su servicio.
La muerte del comandante no puede quedar impune. No podemos ser tan flagrantes para olvidar su deceso. O tomamos el toro por las astas o dejamos que nos siga embistiendo. Depende de nosotros.
EL DATO
El último episodio de violencia que registró un lamentable fallecimiento fue el de Walter Oyarce: 24 de septiembre del año 2011.