Por cuestiones fortuitas o por los increíbles designios de la vida, Claudio Pizarro está cerca, sobre todo por estos tiempos de amores y odios, de Alianza Lima y viceversa, claro está.
Un joven compatriota, minusválido él, residente en Alemania, esperó pacientemente la marcha de su ídolo, al final de los entrenamientos del Werder Bremen en el Weserstadion, para conocerlo, afán que Pizarro correspondió con algunas fotos y su rúbrica en la camiseta blanquiazul del muchacho.
A partir de entonces medio mundo relacionó tal encuentro con el deseo del “Bombardero” de jugar en la última curva de su carrera profesional en el equipo de sus amores. “Hay una propuesta pero falta la respuesta”, advirtió César Torres, miembro del Comité Consultivo.
Dicha propuesta, más allá de la económica, que los espónsores deberán asumir, se sintetiza en ciertas licencias —viajes a las ciudades de altura, concentraciones largas y el uso desmesurado de su imagen— para que Pizarro se anime a volver. “Las posibilidades son altas”, dijo el directivo. Claro, siempre y cuando el Bremen opte por dejarlo en libertad de acción.