La madrugada del 28 de noviembre del 2016 no fue como cualquiera. Una aeronave cargada de ilusión terminó lleno de desesperanza. El Cerro Gordo, en Antioquía, sería el punto trágico para el equipo de Chapecoense, cuya quimera tuvo un final anticipado luego de que el vehículo que los transportaba se estrelló. A dos años del accidente aéreo, hay heridas que no cierran.
Chapecoense se trasladaba hacia Colombia para continuar con la proeza por el título de la Copa Sudamericana. El siguiente escollo de su historia era el Atlético Nacional, un grande de la región. Sin embargo, al modesto equipo brasileño se le presentaría un rival inesperado: la muerte.
Al promediar las 10:15 de la noche (hora brasileña), la aeronave de la empresa LaMia se estrelló en medio de un cerro. 71 personas fallecieron, entre ellas periodistas, futbolistas del Chapecoense, directivos y personal de la tripulación. Solo seis tripulantes pudieron sobrevivir a la fatalidad.
Con la llegada del alba, la magnitud de aquel accidente se apreciaría mejor en aquella dimensión. La historia de Chapecoense se había reducido a cenizas por una negligencia aérea. O, al menos, eso parecía.
Fue la historia de una final no jugada. Conmebol le concedió el título de la Copa Sudamericana 2016 a Chapecoense, que contó con un homenaje realizado por el Atlético Nacional.
Tras ello, el modesto club brasileño tuvo que refundarse en un tiempo récord, ya que tenía que disputar a la temporada siguiente en cinco torneos: Recopa Sudamericana, Copa Libertadores, Copa Suruga Bank, el Campeonato Catarinense y el Campeonato Brasileño.
Hoy en día pelea por salir del descenso. Dos años han transcurrido, pero el caso abierto por los cabos sueltos que dejó el accidente. Por un largo tiempo, ni en Brasil ni en Bolivia han esclarecido autores responsables de la propiedad de la empresa LaMia, ello mientras las familias de los deudos aguardan por el pago de su indemnización.
Hay heridas que no cierran. Y parece que nunca lo harán.