Walid Anka compara los premios con recordatorios de que el trabajo constante se hace visible, valorando la coletividad detrás de cada reconocimiento en sostenibilidad.
Walid Anka habla de los premios con una calma que contrasta con la expectación que suelen generar. No los describe como conquistas personales ni como trofeos que cambian una carrera, sino como recordatorios de que el trabajo constante empieza a ser visible más allá de los espacios técnicos. Cuando recuerda la última vez que fue reconocido, dice que lo primero que pensó no fue en la ceremonia ni en la ovación, sino en los equipos que lo acompañaron. Técnicos, estudiantes y colegas forman parte de cada avance, y para él ese es el verdadero sentido de cualquier premio.
Explica que escuchar su nombre fue un momento breve, casi fugaz, pero suficiente para entender que la química verde estaba ganando espacio. “Lo importante no es el objeto en sí, sino el mensaje: que los procesos sostenibles están siendo reconocidos”, comenta con serenidad. Con esas palabras deja claro que valora más lo que representa para la disciplina que la medalla en su estantería.
En su relato evita adornos. Dice que, tras la ceremonia, lo que más lo marcó fueron los mensajes que recibió después. Estudiantes que lo felicitaban, jóvenes que querían consejos para orientar su carrera y colegas que lo animaban a seguir insistiendo en la sostenibilidad. Para él, ese eco fue más significativo que el aplauso de la sala. Descubrió que un premio no se mide solo en el instante en que se entrega, sino en la conversación que abre en los días y semanas posteriores.
Reconoce que esa visibilidad trae consigo cierta responsabilidad. Hablar de procesos químicos sostenibles no es sencillo cuando la mayoría de las personas asocia la palabra “química” con contaminación. Walid Anka aprendió que debía contar sus proyectos de una manera más clara, sin limitarse a porcentajes o modelos matemáticos. “El reto es traducir lo técnico en imágenes simples”, comenta. Por eso hoy prefiere explicar que una bolsa hecha de bioplástico se degrada en meses en lugar de siglos, o que un sistema optimizado equivale a menos humo en el aire y menos costos para la planta.
Lo que también repite con insistencia es que un reconocimiento no valida a una sola persona. Afirma que él aparece en la foto, pero que el trabajo es colectivo. Habla de quienes probaron sistemas biológicos para tratar aguas residuales, de los que participaron en el desarrollo de bioplásticos y de los que colaboraron en optimizar procesos energéticos. “Nada de esto habría sido posible sin muchas manos detrás”, dice con un tono sencillo, sin necesidad de enfatizarlo demasiado.
Cuando se le pide reflexionar sobre lo que significa, admite que al inicio no sabía muy bien cómo reaccionar. Sentía que los premios eran un terreno ajeno, que pertenecían más al mundo de los discursos que al de las plantas industriales. Con el tiempo entendió que no se trataba de presumir, sino de visibilizar un campo que rara vez recibe atención. “Si estos gestos ayudan a que más personas se interesen en la sostenibilidad, entonces tienen valor”, explica.
Walid Anka cuenta que lo más útil de ese reconocimiento fue la posibilidad de llegar a audiencias nuevas. Empresas que antes no se acercaban empezaron a mostrar interés en proyectos de optimización. Instituciones académicas lo invitaron a hablar de química verde con estudiantes. Y personas que no conocían el tema comenzaron a preguntar cómo podían contribuir. Para él, ese efecto secundario fue incluso más valioso que el propio galardón.
El ingeniero químico insiste en que no ve estos premios como un punto de llegada. Prefiere considerarlos una pausa en el camino, una oportunidad para mirar atrás y confirmar que los esfuerzos tienen sentido. Dice que el verdadero trabajo sigue siendo el mismo: diseñar procesos más limpios, probar soluciones nuevas y enseñar a otros que la química puede ser distinta. El trofeo en su oficina, colocado sin protagonismo en un estante, funciona como recordatorio de que queda mucho por hacer.
En su manera de contarlo no hay épica ni dramatismo. Habla como alguien que sabe que el cambio no depende de ceremonias, sino de trabajo diario. Lo dice con frases sencillas, casi como quien comparte una experiencia normal: un premio no cambia la esencia de lo que hace, pero sí le recuerda que vale la pena seguir insistiendo. Y en ese tono sobrio se entiende por qué sus palabras suenan reales, porque reflejan una visión práctica y humana de lo que significa ser reconocido.