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Daniel Peredo y su emotiva columna que escribió en el año 1999

Recogimos una columna del gran Daniel Peredo del año 1999. Ahí nos cuenta todo su amor por el periodismo deportivo.

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    Por: Daniel Peredo (Columna publicada el 14 de junio de 1999 en la revista Once)

    El viejo diario. La Prensa llegaba a casa temprano. Mi viejo, es árbitro de fútbol, la trataba doblada bajo el brazo junto a una bolsa de diez panes y una botella de leche Vigor helada. En unos segundos la página deportiva ya estaba en mis manos. Antes de tomar un pan, prefería apresar ese extenso periódico tamaño standard. Los lunes la sección ofrecía no sólo los resultados de los ocho partidos dominicales del antiguo Descentralizado, sino también contaba cómo formaban todos los equipos, puntaje incluido para cada jugador. Allí descubrí que el siete u ocho calificaba a la figura y que el cuatro era sinónimo de una mala tarde. Esas formaciones las leía de inmediato, me las comía en algunos minutos (era la hora del desayuno), las aprendía de memoria y por las noches, cuando papá volvía de trabajar y yo volvía del colegio, jugábamos a que rendía examen oral… de fútbol.

    Esa página deportiva fue mi primer amor: la quería, la cuidaba, la guardaba en un lugar especial. Esa era mi vida futbolística de la infancia feliz y creo que, en el fondo, ya soñaba con ser periodista deportivo. Por eso, cuando pasaron los años, y hubo que tomar una decisión, porque de algún modo había que ganarse la vida, no tuve que pensar dos veces para dedicarme a esta profesión. Todo lo que leía en La Prensa, lo que escuchaba contar a Pocho por la radio, lo que observaba por televisión o –cuando juntaba las propinas– lo que veía en el estadio; todo lo fui guardando con un cariño especial en mi memoria.

    En casa no existen cuadernos amarillentos con apuntes de fútbol, tampoco en la moderna computadora aparecen archivos que almacenen algún recuerdo, desde mi niñez de hincha en alguna tribuna (según la cantidad de plata) del Nacional, Matute o el Lolo hasta este presente como periodista, en la antesala del nuevo milenio, los mejores recuerdos del fútbol prefiero guardarlos dentro de mí.

    En uno de estos primeros 100 números de ONCE, previo al Mundial Francia 98, me crucé con esta frase del pensador alemán Walter Jens. Decía así: “Ahlers, Muller, Mohr, Maier y Maaack… cuando ya me haya olvidado hasta el último verso de Goethe, voy a recordar siempre la delantera del Bayern Munchen”. Gran verdad. La cultura del fútbol se puede sobreponer a la cultura académica.

    ¿Quién no tiene en su memoria un recuerdo del fútbol? Una alineación inolvidable, un gol imposible de repetirse, una delantera famosa, una fecha histórica, una estadística… ¿Quién no comenta de fútbol sin importar el día o el lugar? ¿Quién no se apasiona, y llega incluso a la discusión sacando hasta lo más hondo que lleva dentro de sí? En las calles, en el trabajo, en las combis y en el más recóndito rincón, las gentes se enredan con el encanto especial de cada fiesta. Y en el Perú, al igual que en tantos países en el mundo, no puede vivir sin este deporte que genera alegría, pasión, tristeza, solidaridad; los sentimientos del ser humano mismo. ¿Usted no tiene en la memoria algún recuerdo del fútbol?

    Pero todo esto que para un futbolero es su particular álbum de recuerdos, con figuritas imaginarias de jugadas, goles y festejos, es para este periodista una herramienta de trabajo. El fútbol generoso me ha permitido viajar, conocer, emocionarme (creo que aún sigo ronco de tanto gritar el gol de Pereda en Barranquilla) y sufrir; y todo eso que he ido recogiendo en mis épocas de hincha y en una década de idas y venidas periodísticas, forma parte no solo de los buenos o malos recuerdos, sino también un archivo invalorable para mis crónicas y la de mis compañeros, colegas y amigos que consultan mi memoria en busca de unos datos. Y lo hago con el mayor de los gustos.

    Mi memoria es mi primera aliada y espero que nunca me falle. Siempre escucho decir que en el fútbol, uno no puede vivir de recuerdos.  Este periodista lamenta discrepar. Yo sí vivo de los recuerdos. Me permiten escribir. Y así me gano la vida.    

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