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Gabriel García Márquez y el equipo de sus amores, Junior de Barranquilla

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Suramérica y el mundo entero llora la partida de Gabriel García Márquez a los 87 años; pero es imposible hablar del nobel de literatura colombiano y esbozar una sonrisa, ya que el autor de “Cien años de soledad” sumergió a quienes lo siguieron, a un mundo de fantasía y pasiones.

Justamente una de las pasiones de García Márquez fue el Junior de Barranquilla, escuadra que terminó por conquistarlo cuando vencieron al poderoso Millonarios de Di Stéfano, Pedernera y Rossi.

Fue el mismo ‘Gabo’, quien escribó sobre su amor por los colores del Junior.

EL JURAMENTO

Por: Gabriel García Márquez (publicado en El Heraldo el 5 de junio de 1950)

Y entonces resolví asistir al estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado.

Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del Municipal.

El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo.

Ahora me explico por qué esos caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores. Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva personalidad.

No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer, pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía.

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